¿Qué camino tomar?

No lo sé. Cada día estoy más confusa. Un sentimiento de indecisión se ha apoderado de todo mi ser. ¿Qué debo hacer? La vida está repleta de decisiones y, en estos momentos, yo no sé cuál tomar. Lo único que tengo claro es que estoy enamorada de él. Y cada día más. Amo cada una de sus virtudes, al igual que adoro todas sus rarezas -que no son pocas-. Cuando le veo, su mirada -repleta de pureza- ilumina mi rostro. Y sus preciosos ojos azules se cruzan con los míos. Es entonces cuando comienzo a temblar. Mi presión arterial aumenta a la vez que el latir de mi corazón se descontrola. "¡Tienes que controlarte!" -me digo. Recuerda que sois amigos. Solo eso. Y así debe seguir siendo. Me repetía en todo momento que no podía enamorarme de él. Sin embargo, hice caso omiso a mis palabras. Al fin y al cabo, nadie en este mundo decide de quién se enamora.

Todavía permanece intacto en mi memoria aquel 23 de junio en el que nos conocimos. Allí estaba yo, como cada viernes, disfrutando de un delicioso café con leche en mi bar favorito. Y, en ese mismo lugar, también estaba él. Era su primer día de trabajo y su turno acababa de comenzar. Se le percibía nervioso, caminando de un lado a otro de la barra, a la espera de clientes. Comencé a mirarle absorta. Aquel joven de piel blanquecina me había hechizado. Entonces, me descubrió mirándole y, rápidamente, aparté la mirada. Pero ya era demasiado tarde. El misterioso chico no dudó en acercarse hasta mí, alcanzar uno de los taburetes que permanecían vacíos al lado de la barra y comenzar a hablar. Estuvimos charlando durante varios minutos hasta que el local comenzó a llenarse de clientes y tuvo que regresar a su puesto de trabajo. Y yo todavía no daba crédito a lo sucedido.

A partir de aquel día, comenzamos a hablar -en persona y a través de redes sociales-. Una bonita amistad empezó a aflorar entre nosotros. Sin embargo, ahora que han pasado varios meses, no puedo seguir negándolo. Ni tampoco puedo continuar engañándome a mí misma. Los sentimientos son imparables. Y de nada sirve negar lo evidente. Así es: me he enamorado de uno de mis mejores amigos.

Ahora, me encuentro en medio de un camino. Y este se bifurca en dos nuevos trayectos. Si escojo el de la izquierda, seguiré como hasta ahora: ambos continuaremos cosechando nuestra amistad. El de la derecha es confuso: nadie sabe hacia dónde conduce. ¿Sentirá lo mismo él? ¿O no? Por fortuna o por desgracia, nadie sabe lo que sucederá en el futuro. Y, a mí, ahora me toca decidir si arriesgarme o no.


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