Y, entonces, te vi...

Aquel 10 de junio parecía un día como otro cualquiera: un calor insoportable, que comenzaba a anunciar el final de la primavera, azotaba todo el territorio español. Y mi pueblo no iba a ser la excepción.

Aquella noche, las terrazas de los bares y restaurantes comenzaban a llenarse. Era sábado y, por lo tanto, estaban a rebosar de gente. Sin embargo, conseguimos reservar una mesa para cenar en nuestro restaurante favorito. Pero, lo que no podía haber imaginado es que aquella noche familiar -como otra cualquiera- iba a cambiar mi vida.

Tras degustar un delicioso plato combinado -y antes de disponerme a probar el postre-, decidí ir al baño del local. Y, entonces, le vi... Allí estaba él, parado, detrás de la barra. Sus espectaculares ojos azules se cruzaron con los míos. Sentí cómo mis piernas comenzaban a temblar. Le devolví la mirada y, tras ello, él retornó mi gesto mediante una bonita sonrisa.

Pensaba que eso había sido todo y que, aunque le volviera a ver, jamás me atrevería a acércame a él. Pero, como en muchas ocasiones, me equivocaba de lleno. Casi dos semanas después -un 23 de junio-, sucedía. Después de realizar unas agotadoras compras por mi pueblo, decidí ir a tomar un café al bar de siempre. ¡Oh! ¡Imposible! Allí estaba él, de nuevo. Le volvía a ver. Y nuestras miradas volvían a cruzarse. ¿Me recordará?, me pregunté. ¿Y si voy a otro bar? ¡Imposible! ¡Ya me ha visto!

Intenté actuar con la mayor naturalidad que pude y, afortunadamente, me atendió la otra camarera que estaba trabajando a aquellas tempranas horas de la tarde en el negocio. Después de degustar un café con leche y una Coca-Cola, me decidía a abonar la cuenta e irme cuando, de repente, mi mundo se derrumbó:

-¡Hola! -exclamó, abandonando su puesto de trabajo, alcanzando un taburete y sentándose a mi lado. Su acento era curioso y, a la vez, gracioso. Después, descubría que Estados Unidos era su tierra natal.
-Hola... -respondí, sin poder mirarle a los ojos.
-¿Cómo te llamas? ¿Eres de aquí?

A partir de ese momento, comenzó una conversación que jamás olvidaría. Una breve charla -ya que su compañera le llamó la atención- que siempre permanecería en mi memoria.

Desde ese momento, empezamos a hablar por redes sociales. Después, él mismo me dio su número de teléfono y comenzamos a charlar mediante mensajes de WhatsApp. Así, hasta ahora... En estos momentos, somos inseparables. Nuestra amistad no conoce de fronteras. Son demasiadas señales las que me indican que podríamos ser algo más que amigos y, a su vez, son otras muchas las que me indican que eso sería imposible. Por el momento, lo único de lo que estoy segura es de que no imagino mi vida sin él.


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