Más que suerte

Los primeros rayos de sol comienzan a iluminar el nuevo día. Aunque el frío empieza a azotar la ciudad de Madrid, parece que aquel 8 de noviembre disfrutaremos de la luz solar. Como cada día de lunes a viernes, me dispongo a coger la Línea 12 del Metro de Madrid, rumbo a mi universidad. "¡No puede ser"! -me digo. ¡Corre o llegarás tarde! Cojo mi bolso y la funda de mi ordenador portátil -junto con el dispositivo en su interior- y abandono mi casa rápidamente. Bajo las escaleras mecánicas a velocidad de la luz y diviso una de las pantallas instaladas en la estación: "Próximo tren va a efectuar su entrada en la estación". La suerte está de mi lado aquella mañana. O eso pensaba. Sin embargo, mi verdadera suerte todavía no había hecho acto de presencia. Aunque estaba a punto de hacerlo.

Nada más entrar al tren, sus impresionantes ojos azules me hechizaron. Al igual que su mirada perdida, inmersa en las notas musicales que emanaban de sus auriculares. A pesar de coger el tren prácticamente a la misma hora cada día, nunca había visto a aquel chico. Sin embargo, a partir de ese momento supe que nunca le olvidaría.

Nuestras miradas se fueron cruzando respectivamente. Ambos apartábamos nuestros ojos uno del otro cuando se encontraban en aquel tren, cruzando esas vías subterráneas que conocía a la perfección. Y, entonces, el misterioso chico se levantó de su asiento y se colocó junto a una de las tres puertas del coche, dispuesto a abandonar el cowboy en la estación más próxima... Y así fue.

Cuando, de nuevo, puse la mirada en el asiento que acababa de abandonar, descubrí una tarjeta de transporte. Y, al mirar la foto, comprendí que se trataba de él. "Lucas"; ese era su nombre. Por suerte, las puertas todavía no se habían cerrado y el tren permanecía detenido en la estación de "Loranca". Rápidamente, me bajé y corrí hasta encontrar al dueño de esa tarjeta. Cuando subí las escaleras mecánicas, allí estaba él, parado frente a los tornos de salida, rebuscando en su mochila con cara de preocupación. Me acerqué, temblorosa, hacia él, y mis labios despertaron:

-Hola. Disculpa. Creo que esto es tuyo -dije. Notaba cómo los latidos de mi corazón se disparaban.
-Gracias. Muchísimas gracias. No podía creer que la hubiera perdido. Soy Lucas, encantado.

De repente, un familiar sonido entró por mis oídos. Las puertas de mi tren se cerraron. Ahora, debería esperar al siguiente. Pero no importaba. Lucas se ofreció a acompañarme en mi espera. Y, desde entonces, mi vida cambió.

Debo confesar que nos enamoramos completamente. Y, ahora, estamos juntos. Y jamás olvidaremos aquel tren que nos unió aquel 8 de noviembre de 2016. Y es que aquel día tuve más que suerte...


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